Jamaica y sus paraísos perdidos
Más allá de los coleccionistas y los buscadores de tesoros en el “diggin` in the crates” de los oldies, para el repertorio de los soundsystems, el público en general del 2010, no entiende de melodías de sus abuelos y manierismos de otras épocas, en los que no se reconoce, que no conectan con sus modas y ritos actuales, y por ello no concede el necesario reconocimiento popular que a otros artistas más cercanos generacionalmente sí les otorga, la mayoría de las veces con muchos menos méritos artísticos. Y es una verdadera pena, como cuando se extinguen especies animales o vegetales que eran únicas en su clase y entorno. De la misma forma cada vez que se ignora por el gran público una gran melodía “de hoy, de ayer y de siempre” se decía antaño, un trocito de la gran gema jamaicana que hizo refulgir mundialmente el reggae se muere con esa indiferencia, y se convierte en otro paraíso perdido.
Ha pasado ya antes. Demasiadas veces. Pero duele más que sea justo ahora, cuando la humanidad cuenta con una biblioteca y hemeroteca casi infinita como Internet. Antes de llegar a popularizarse, ya perdimos el lujo asiático de la Indochina francesa, el hedonismo marchito de los fumaderos de opio de Shanghai y Hong Kong antes de la invasión japonesa, el nihilismo existencial y creativo del París de finales del XIX, las pin-ups de California de los 40 y 50 (si eras blanco y tenías pasta), el sentido del swing (que ahora llaman flow) en el espectáculo, en el Harlem de los 30 y los 40 (incluso si eras negro, siempre que tuvieras pasta gansa), las noches locas del Palladium en el Manhattan de los 50 (si tenías buena percha y sabías mover las caderas), el exceso de Las Vegas de Xavier Cugat y la exuberanteAbbe Lane, la elegancia de la bossa nova de Ipanema y el no menos exuberante Río de Janeiro deNiemeyer y Carmen Miranda, y así hasta el infinito. Demasiadas celebraciones de la vida que llegaron al grado de sublimes y por tanto sagradas, que hemos perdido por el camino, reducidas a meros iconos publicitarios en el mejor de los casos, para no saber de que demonios hablo. El Cine y la Literatura os darán una buena pista.
Lo ví del todo claro cuando un personaje tan histriónico y peculiar como Big Youth dobló en el escenario el inmortal oldie jamaicano “Love me Forever”, que casi todos conoceréis por la versión toasting deDennis Alcapone, en lugar de por su original del grupo vocal de Studio One, Carlton & the Shoes; con el inmortal standard de Ray Charles “Hit the Road Jack”. Entonces, debió haberse escuchado un enorme “boo-ya-kaa!” entre la audiencia. En lugar de eso, la más absoluta indiferencia, ante la perplejidad deBig Youth en el escenario, que se lo tomó como siempre hacen los veteranos: “pues tu te lo pierdes”. Sí, nos lo perdemos, y de eso me quejo.
Para mí la ignorancia generacional de las raíces no puede ser una excusa, y menos si hablamos de música jamaicana, probablemente la única en el mundo capaz de tratar los standards pop norteamericanos sin caer en la cursilería. En cierta ocasión, Rafa Villalba (Jah Macetas / Seguridad Social) me dijo: “desde que escucho reggae ya no escucho otra cosa, porque siempre puedes escuchar todas las músicas a través del reggae”. Y tenía razón, siempre fue así. En los tiempos deStudio One y Treasure Isle ya se adaptaban al gusto bizarro jamaicano los modelos de la música negra norteamericana.
Por eso, las armonías vocales de Smokie Robinson & the Miracles, Little Anthony & the Imperials oFrankie Lymon & the Teenagers tenían su justa correspondencia en Slim Smith & the Uniques, theParagons o los primeros Heptones de “Party Time”. Los grandes solistas americanos también tenían sus reflejos en Alton Ellis, Horace Andy o Bob Andy.
Eso significaba tocar habitualmente el cancionero pop americano al gusto del momento, aunque fuera la mismísima carcamal de Doris Day. Algo que a los oyentes del reggae de hoy venidos del rock o del hip hop, les resulta de entrada, casi ñoño, aunque sólo sea por ignorancia del contexto. Escuchar viejas armonías de los Chords, los Drifters ó los Platters y otros grupos vocales de los 50, aunque sea en clave jamaicana, puede parecer muy lejano, pero la magia del buen reggae (bien arreglado, bien ejecutado) todavía hoy las sigue haciendo parecer más dignas incluso, que sus originales en muchos casos.
Si escarbas un poco en Studio One, te encontarás continuas adaptaciones de “Spanish Harlem”, “Save the last dance for me”, “We are in the mood for love” ó el “Everybody’s Talking” de la peli “Cowboy de Medianoche”, que son clásicos populares de la música universal del siglo XX, como en los 80 era habitual encontrar adaptaciones jamaicanas del momento de los últimos éxitos de Tracy Chapman óPrince.
Si chequeas escenarios con presencia jamaicana clásica verás siempre a alguna leyenda vestida con traje y zapatos de charol y una escenografía más propia de Las Vegas o Broadway, que del Tivoli Gardens de “Dudus” Coke, Mavado y los demás. Echa un vistazo a los shows de Alton Ellis o Frankie Paul para comprender lo que digo. Incluso del propio Mr. “Coolruler” Gregory Isaacs.
Una lectura de la música jamaicana muy alejada del tópico sufferer y revolucionario que impera en Europa sobre lo que es el verdadero reggae, y que provoca verdadera incomprensión para las audiencias masivas como la del Rototom en Europa, pero también verdadera decepción entre los amantes de la historia del reggae, al ver como se desprecia lo que no se entiende, siendo como son auténticas joyas de la música popular de todos los tiempos.
Sin ese lado pop y soul de la música jamaicana, no hubieran existido Sugar Minott ó Garnett Silk, ni existirían hoy realidades vocales tan brillantes como Jah Mali, Wayne Wonder o el espectacular debutante Romain Virgo. Así que, la próxima vez que te encuentres con música de tus abuelos, no cierres las orejas, investiga un poco y seguro que encuentras la versión jamaicana. Que no todo es rapear. Ya verás como sabe (y huele) mejor!!!.
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